El duelo en niños, adolescentes y jóvenes

El dolor por la pérdida de un ser querido se siente a cualquier edad, también en la infancia.

La mayoría de los adultos no saben cómo actuar para ayudar a sus hijos o niños/as y jóvenes a su cargo y a veces equivocadamente, padres y adultos suelen evitar mostrar sus sentimientos.

Hablan poco o nada del tema sin darse cuenta de que con su comportamiento enseñan a los niños/as a actuar igualmente, por lo que acallarán también sus sentimientos.

Quizá la vida moderna, más material y superficial, ha ido provocando que emociones y realidades de la vida como la enfermedad, la muerte y todo lo que le rodea, sea alejado del entorno familiar y haya ido desviándose hacia hospitales y tanatorios, más “asépticos y prácticos”.

A la falta de “formación” se une la educación recibida en cuanto a no exteriorizar los sentimientos ni las emociones -sobre todo a los varones: “los chicos no lloran” ... “hay que ser fuertes" ...

Cuando los adultos tienen que enfrentarse a la difícil tarea de explicar a un niño/a que una persona cercana ha fallecido, a veces optan por decirle que se fue de viaje, de vacaciones, que está dormido, o simplemente determinar que: “es mejor no decirle nada”... “ya se lo diremos cuando vaya siendo mayor” …

Ese temor a hablar de los sentimientos ocurre incluso en situaciones más “llevaderas” aunque también traumáticas para un niño/a, por ejemplo ante la muerte de su mascota.



Por no saber qué hacer o decir, o no enfrentarse a lo duro de la situación, los mayores pueden decidir una rápida solución: comprar otro animalito; en vez de hablar de lo sucedido y de cómo se siente el niño/a por ello.

Los niño/as y adolescentes están creciendo a cada instante tanto física, como mental, emocional y espiritualmente, lo que les ayudará a ir comprendiendo poco a poco lo que representa la muerte.

La ayuda de sus mayores -padres, familia, profesores- será primordial, puesto que una pérdida muy cercana en la infancia o primera juventud, conllevará un gran trabajo emocional por parte del niño/a.

Es frecuente que los niño/as que ya entienden lo sucedido, pero que aún son demasiado pequeños, pospongan inconscientemente ese “trabajo” y lo elaboren en la adolescencia o de adultos. Probablemente el suceso marcará su vida, aunque esto no quiere decir que vaya a producirle un problema grave (patología).

Habrá que tener muy en cuenta además de la edad del niño, su comprensión de conceptos.

No se debe temer porque se noten ciertos cambios en su carácter como baja autoestima, timidez, ensimismamiento y aislamiento, euforia…. ya que suelen ser más o menos pasajeros y no son demasiado graves.

Puede ocurrir un cierto estancamiento en su madurez, pero la pérdida de un ser querido puede hacerles desarrollar un profundo concepto y sentido de la Vida, lo que les ayudará a evolucionar psíquica y emocionalmente con una mayor riqueza. Algo que muchos adultos no llegan a alcanzar aún en una larga vida.



Noción de la muerte en la infancia

El concepto de muerte-vida es mínimo en la primera infancia. Los niños/as muy pequeños no saben siquiera diferenciar entre ellos mismos y los demás, lo vivo y lo muerto, lo animado y lo inanimado.

De los dos a los tres primeros años toman mayor conciencia de sí mismo y los más cercanos en su entorno, padre, hermanos, etc.

Hacia los 4 a 5 años, comienzan a usar términos como: vida, vivir, estar vivo, muerte o morir.

Van diferenciando lo vivo (personas, animales) de lo que no lo está (juguetes, objetos). Aún así no son conscientes de la posibilidad de la muerte ni del concepto en sí.

La idea sobre la muerte varia según el entorno, tradición, costumbres, religión y sobre todo la madurez del niño/a.

En la infancia y adolescencia, se percibe el mundo egocéntricamente. La realidad cambia según el propio pensamiento y personalidad, y suele corresponderse con la edad psicológica o “edad mental”.

Hay niños/as pequeños muy maduros, mientras que otros más mayores son aún muy infantiles. Su imaginación infantil puede hacerles creer por ejemplo, que la muerte es como cuando uno se duerme y se despertará después.

Es el tiempo de ir conociendo cuentos y películas con final feliz y en los que nadie muere aunque exista cierta violencia

Así su pensamiento imaginativo les hace difícil saber lo que ha ocurrido realmente si alguien cercano fallece.

Hacia los ocho o nueve años suelen pensar que juguetes, dibujos, piedras, tienen “vida” y que la muerte es algo pasajero.

El concepto de tiempo también tiene una medida distinta; mañana, pasado mañana o para siempre, se mezclan entre realidad y fantasía.

Aún así el sentimiento de separación y soledad que les produce la pérdida, les hace mantener un sentimiento doloroso de abandono.

Durante tiempo, el mínimo pensamiento de que la muerte sea algo real provocará su rechazo hasta sacarlo fuera de su realidad.

El duelo de los niños/as será proporcional a la intensidad de la relación que tuviera con el fallecido.

Durante la infancia es primordial sentirse protegido, si sienten que han perdido esa protección a causa del fallecimiento de la persona querida, le producirá inestabilidad emocional y sentimientos de rabia y miedo.

Los niños/as pueden vivir la pérdida con un gran sentimiento de culpa. Pueden creer que el/ella mismo/a provocó el mal.

Ya sea porque se enfadaran tiempo atrás con el fallecido, por creer que no se portó bien con o porque fue desobediente.

No se debe olvidar que los niños/as tienen sus propios recursos para luchar contra la tristeza que la pérdida les produce, como su mentalidad de fantasía.

La relativa inmadurez emocional y psicológica también les servirá de escudo y ayuda para reducir el grado de angustia.

Comprensión según su edad

La edad física no se ajusta a veces con la edad mental que es en realidad la que cuenta.

Interviene también de forma importante en su grado de madurez la educación recibida y el entorno familiar y social.

Antes de los cuatro o cinco años es muy normal que no tengan noción de la muerte. Quizá podría hablarse de una cierta alteración emocional por la ausencia de la madre –si es ella la fallecida- también por el padre.

Entre los cinco y los nueve años pueden aparecer miedos, ya que al no poder identificar la realidad pueden creer que la muerte es alguien, una persona o una especie de “monstruo” que puede venir en cualquier momento a hacerle daño, a llevarle de su casa y separarle del entorno seguro en que se encuentra.

Hasta los nueve o diez años perciben la muerte como algo malo que le pasa a las personas y por deducción pueden llegar a pensar que eso mismo también les puede pasar a ellos.

Hacia los diez a doce años -en la pre-adolescencia- considera la vida más desde el punto de vista del exterior. Comienzan a ser muy importantes los amigos, los compañeros del colegio y personas de un círculo más exterior al del núcleo familiar –profesores, familiares más lejanos, etc.-

La muerte adquiere una connotación emocional mucho más intensa y se inician en el conocimiento y la práctica de costumbres sociales, culturales y religiosas a las que pertenecen, lo que les puede ayudar a elaborar su duelo.

La fantasía e imaginación ocupan menos espacio en su pensamiento, pasando a un razonamiento más material y realista.

Mantienen aún la creencia de que la muerte no es algo inexorable y que las causas de que ésta se produzca son “ajenas” y fuera de su entorno. Es algo que “les pasa a otros” y por cosas tan extraordinarias como guerras, explosiones, accidentes, disparos o enfermedades de personas mayores –infartos, embolias, etc.

Sin embargo ya comienzan a temer que sus seres queridos puedan fallecer y se inician en una aceptación más profunda de que todos los seres vivos morirán algún día, eso sí, muy muy lejano. Aún no tienen conciencia de que el suceso se pueda producir en la actualidad.

A esta edad muchos niños/as sienten cierta curiosidad por saber y ver qué ocurre después de la muerte. Hablan a menudo de fantasmas, aparecidos y elucubran sobre qué se sentirá después y qué habrá más allá, interviniendo bastante creencias religiosas o morales aprehendidas durante la infancia

Consejos para ayudar a un niño en su duelo

Los adultos tienden a apartar a los niños/as y jóvenes de cualquier cosa que crean les pueda inquietar.

En el caso del fallecimiento de un ser querido muy cercano para el niño/a, es un error apartarles del suceso pues se quiera o no ellos están afectados.

Evitar que participen en el duelo familiar, es apartarles de una situación muy importante, no solo para su vida actual, sino para la futura.

No se debe olvidar que es muy importante para un ser humano aprender a afrontar y aceptar situaciones y sentimientos más o menos negativos y adversos.

Los niños/as y jóvenes también necesitan saber lo que está pasando, y que alguien les ofrezca explicaciones adecuadas a su nivel de entendimiento.

Los mayores deben reconocer que ellos también han sufrido su pérdida y ¡es imposible evitarles el dolor que sienten!.

En vez de ocultar y evitar la triste realidad por la que cada miembro de la familia está pasando, es más beneficioso unirse y apoyar al niño/a o joven para enfrentarse a su propio duelo de la forma más natural posible.

En el caso que un familiar cercano se encuentra ingresado en un hospital o clínica por una enfermedad muy grave, la mayoría de los niños/as no suelen ir a visitar a su ser querido. Es frecuente que nunca vuelvan a ver a su familiar, ya se trate del padre, la madre, algún hermano o los abuelos. Esto le aparta de una realidad que desgraciadamente va a vivir después. La lejanía del asunto le hará más difícil creer lo que ha pasado.

Es muy importante para la aceptación de la pérdida, visitar a su familiar enfermo -siempre que sea posible y tanto enfermo como niño/a den su permiso-. Se le estará ayudando a “elaborar su duelo” y a admitir mejor la realidad y a despejar las posibles dudas del por qué de su marcha.

Con demasiada frecuencia las personas mueren en soledad. El miedo al dolor paraliza y hace preferir estar apartado.

Así se actúa también con los niños/as, se justifica pensando: “es mejor que sea así...”. Quizá solo es el deseo de no vivir esa experiencia que produce tanto malestar.

Esta forma de actuar tiene mucho que ver con las costumbres de la familia, así como a la esfera social y religiosa a la que pertenezca.

La cultura, los ritos y la religión son importantes, y participar en ellos ayudará a niños/as en la elaboración de su propio duelo, sobre todo si ya están en la adolescencia.

No obstante, en el funeral, cortejo, sepelio, etc., deben estar orientados por alguien de confianza y que conteste a sus preguntas, incluso que vaya anticipándole los acontecimientos de las costumbres y celebraciones.

Es necesario tener en cuenta el deseo del niño/a en cuanto a si quiere participar o no en dichos actos, dándole toda libertad a su elección para que ni sienta obligación a asistir ni, por el contrario, apartado de los mismos.

No se le debe sobreproteger ni aislar de todo lo que vaya sucediendo a su alrededor ni del cambio que la pérdida haya podido producir en la familia.

No hay que olvidar, para no angustiarse, que el niño/a o adolescente, igual que los adultos, tardará cierto tiempo en procesar su duelo durante el que irá enfrentándose paso a paso con su dolor.

Si en este proceso se siente acompañado de alguien que le guíe, con el que se sienta protegido y apoyado, hará que el niño/a vaya encontrando la forma de enfrentarse sanamente a su dolor y a aceptar la pérdida de la forma menos traumática posible.

Informarles directamente


Si sabemos que el suceso puede ocurrir en cualquier momento, por ejemplo ante una enfermedad grave muy avanzada, es muy importante preparar al niño/a para el desenlace. Sobre todo si se trata de alguien tan cercano como uno de los padres o un hermano.

Debe evitarse mantener la muerte en secreto ya que el niño/a observará la tristeza y la conducta afligida de los adultos que aumentaría su confusión al mezclar realidad con fantasía.

Al fallecer uno de los padres, casi siempre el otro progenitor dice a los hijos lo ocurrido. La mayoría de las veces lo hace pronto, pero en algunos casos no, y se da la noticia después de semanas o meses.

El riesgo que se corre al ocultar el suceso es que, o bien ya lo han intuido por sí solos, o lo que es peor, les ha llegado por comentarios de personas ajenas. Esto puede provocar una reacción negativa hacia la situación y hacia sus mayores.

El niño/a tiene derecho de ir preparándose para el desenlace si éste es previsible, y tanto en ese caso como en el de un fallecimiento repentino, tiene así mismo todo el derecho a ser informado cuanto antes por alguien allegado y de confianza, no por un extraño.

La persona que de la noticia debe prepararse para soportar, si sucede, el estallido de rabia o de llanto, ya que puede ocurrir que el niño/a reaccione gritando, llorando, dando patadas o rompiendo objetos, también profiriendo insultos o palabras malsonantes.

Lo mejor es adoptar una actitud de firmeza y serenidad, atentos para evitar que se pueda hacer daño, sin ningún reproche por su posible reacción violenta y que note en todo momento la compañía, el abrazo y consuelo de quien le ha dado la noticia.

Una actitud de espera o de evadir la verdad diciéndoles por ejemplo, que la persona fallecida se ha ido de viaje o está en el hospital, no hará más que aumentar el dolor.

Puede que más pronto que tarde, al descubrir la verdad, el niño/a se sienta defraudado/a y engañado/a por la persona en la que tenía toda su confianza.

Dialogar sobre la muerte


Hablar sobre la muerte ayudará a que el niño/a la vaya conceptuando como algo natural y facilitará que se abra la puerta de una comunicación sincera.

Es muy importante fomentar la comunicación, sólo así se podrá saber lo que siente y le costará menos iniciar el diálogo cuando le sea difícil expresar su dolor.

El niño/a aprenderá que es bueno preguntar y además servirá para eliminar falsas realidades e interpretaciones de su imaginación. Esto le ayudará para comprender la realidad de lo que está pasándole a él/ella y a su familia.

Permitir que haga todas las preguntas que quiera e incluso si no las hiciese, insistir prudentemente para que las haga, contestándole correspondiendo a su edad y madurez.

Se puede aprovechar al ver alguna película que tenga algo que ver con el tema, sobre todo si participa en ella algún un niño/a o joven.

Es importante elegir bien las palabras para aclararles sus dudas, por ejemplo al preguntarnos sobre lo que ocurre después de la muerte.

Usar palabras claras y francas, sin olvidar, en caso de que este tema sea comentado, que conceptos como la vida tras la muerte (“el más allá”, “el otro lado”) son difíciles de comprender antes de los diez u once años.

Ser sinceros


El niño/a, adolescente o joven necesita de alguna persona que le ofrezca toda atención, seguridad, cariño y afecto, pero ante todo en situaciones de pérdida de un ser querido necesita que sean completamente sinceros con él/ella, por lo que se le debe decir la verdad con claridad para no confundirles.

Se pueden contar narraciones que ayuden para comparar lo que está pasando y que sean coherentes con las creencias y filosofías de la familia.

Pude ocurrir que se empleen “mentiras piadosas” y se les diga por ejemplo, que la persona fallecida “está como durmiendo”.

Esto les confunde, pues aunque no sean muy pequeños no entienden algo que por un lado oyen:“ha muerto” y por otro: “está dormido”.

Es peligroso, pues irse a dormir puede convertirse en algo amenazador que le produzca animadversión y miedo.

En éste supuesto, la falta de sinceridad solo hará que el niño/a, al saber la verdad tenga una gran decepción, pérdida de confianza y temor hacia los adultos, en particular a quien le dijo aquello ¡pues se siente engañado por alguien en quien confiaba!.

Niño/a, adolescente o joven, lo que necesita es expresar sus emociones, temores e inquietudes. Para ello precisa como nunca de un adulto capaz de escucharle y que le sepa explicar sinceramente y con simples palabras qué es lo que ha ocurrido y por qué.

Contestar sus preguntas y explicar sus dudas


Al responder a sus preguntas es importante que los adultos digan cosas de acuerdo con sus creencias.

Si no fuese así el niño/a acabará descubriendo las discrepancias y se pondrá en peligro la relación a causa de la desconfianza generada.

En caso de que el fallecimiento corresponda a otro niño/a o persona muy joven de la familia, debemos intentar que vaya asumiendo que la muerte no atiende a edades, y que aunque lo más corriente es que fallezcan primero las personas mayores, a veces también mueren los más jóvenes, incluso los niños/as pequeños.

Insistir que es normal llorar, sentirse afligido y sentir tristeza o pena por no tener más a la persona querida.

A veces los niños/as ven algún pájaro o insecto muerto, lo que puede hacerle preguntar sobre la muerte.

Es importante responder de forma adecuada a sus preguntas para que puedan ir formando una idea apropiada sobre el tema, dándoles la respuesta más conveniente a su comprensión, edad y madurez.

Observando las cuestiones de sus preguntas, la persona que cuide del niño podrá darse cuenta del estado de ánimo del niño/a y del momento en que se encuentra en su duelo.

Por ejemplo si preguntan: “¿y dónde está ahora?”, deberá decirse la verdad; que su cuerpo ya no está vivo, lo que quiere decir que ya no habla, no se mueve, no ve ni oye, etc. y que por todo ello no puede estar a nuestro lado. Se debe incidir en que la persona fallecida no va a regresar.

Y si desea saber dónde está su cuerpo, contestarle según se haya procedido en los actos funerarios.

Contestar sus dudas sobre asuntos religiosos


Las explicaciones dadas a un niño/a o adolescente, deben estar de acuerdo con la creencia religiosa familiar.

Si el niño/a está acostumbrado a oír conceptos como “cielo” -si se encuentra en el seno de una familia creyente- y se le dice que su ser querido “esta en el cielo” puede aceptar más fácilmente ese concepto, pero si no lo ha oído o la familia no es creyente, sentirá que hay algo incongruente entre lo que sus mayores creen y lo que le dicen.

Se le puede hablar de un Dios que se lleva a la persona a ese cielo, pero estas historias o explicaciones a veces, aunque consuelan en cierta medida a los adultos, en los niños/as puede no servir mucho. Incluso puede ocasionarles cierto temor y creer que ese Dios puede quitarle a sus seres queridos, a los que ve sufrir por aquello de lo que tanto hablan de haberse “ido al cielo”.

Otra manera de decirle a los niños que la persona ha fallecido, sobre todo si se trata de un hermano o de otro niño, es dándoles la descripción de que ahora es como un“angelito” que vuela hacia el cielo.

Este concepto puede no ser entendido por el niño/a y llegue a creer que el hermano/a está “volando” y se presentará en cualquier momento, lo que le puede hacer alejarse de la realidad y confundirle con su pensamiento fantasioso.

Al no poder diferenciar la realidad del concepto y no tener conciencia de su significado, el cielo es un sitio, un lugar; por lo que es probable que haga preguntas como –“dónde está ese sitio” o - “si volverá pronto de allí”.

¡Qué contestarles...?!. Hay que tener cierto cuidado en cuanto a la comprensión y edad del niño/a para darles todas estas clases de explicaciones.

En adolescentes o jóvenes, a veces se puede encontrar que su religiosidad hasta ahora mínima, ascienda a cotas de misticismo, incluso llegar al aislamiento y casi el ascetismo.

Es necesario dialogar sobre el asunto e interesarse por sus sentimientos y pensamientos sin ridiculizarlos ni prohibirlos, sino hacerles ver que no es bueno que se abandonen a un exceso que les pueda conducir, sin quererlo, a una honda depresión.

El adulto debe tener cuidado en la forma de presentación de sus propias creencias, ya que al pronunciar “yo creo” deja constancia en el niño/a un peso poderoso que puede no dar cabida a otra forma de pensar, o libertad de aceptar o rechazar el punto de vista de sus mayores.

Sería más acertado preguntarle, tras explicarle las doctrinas y hasta donde seamos capaces, qué piensa sobre lo enseñado e ir aceptando el intercambio de opiniones, aceptaciones o diferencias que puedan surgir.

Un asunto muy delicado y al mismo tiempo esperanzador para muchas personas de diferentes religiones, es la creencia en el reencuentro con la persona amada en un “más allá”, “otro lado”… etc.

Es prudente evitar toda manipulación posible y exponer a los niños/as y jóvenes que la Creencia y la Fe deben, tras la meditación de su Doctrina, ser buscadas en lo más íntimo del ser de cada persona.

No obstante, todas estas cuestiones sobre creencias no pueden ser “ilustradas” en un ningún manual, por tanto quedan al extricto ámbito de la intimidad de cada quien y de su elección de vida personal, ética, moral y espiritual.

Contar con ellos


Es muy importante que los niños/as se sientan amados, sobre todo en los momentos difíciles que durante tiempo van a formar parte de la familia.

Cuando fallece alguien muy cercano, no se les debiera dejar apartados, o al cargo de personas no muy cercanas.

Esa situación de estar aparte, puede dejar secuelas en el niño/a o adolescente, al sentirse solo/a, aislado/a y fuera del entorno seguro de su familia en unos momentos terribles también para él/ella.

Lo mejor sería hacerles participar en todo lo que implique el proceso de la muerte, el funeral y el duelo. Si la posibilidad del fallecimiento es sabida con antelación, hay que irles preparando anticipándose al suceso.

Los niños/as son muy sensibles y entienden perfectamente el lenguaje oculto que a veces los adultos mantienen para apartarles de la conversación.

Ese aislamiento al que se pueden ver sometidos puede ayudarles a convertirse en niños/as desconfiados y huraños, con baja autoestima y un gran sentimiento de soledad por sentir que nadie cuenta con él o le apartan de la vida familiar.

Por costumbre, por la vida moderna o por evitar las dificultades que representa, se suele excluir a los niños sin darse cuenta de que sus sentimientos van a pasar por las mismas “fases” que los de un adulto: Negación, rabia, culpa, depresión, aceptación.

Algo que puede hacerles sentirse abandonados es que los adultos actúen disimulando lo que ha pasado; no se habla, ni se llora, ni se menciona lo sucedido ni a la persona fallecida, eliminando de todas las formas posibles cualquier expresión de dolor y emoción.

La falta de expresión de los sentimientos es una especie de castración emocional que se infringe al niño/a.

Se suele pensar que no se enteran de nada, por tanto ¿para qué decirles nada,…para qué hacerles sufrir?.

Es natural que los adultos, quizás inmersos en su propio dolor, no saben cómo enfrentarse al de los niños/as o jóvenes a su cargo y por querer evitarles más tristeza eligen no tocar el tema.

Esta medida puede ser buena mientras que no se disfrace y disimule el duelo y se deje libertad para expresar los sentimientos.

Puede pasar que con ese fingimiento se caiga en el error de querer “distraerles” para que no piensen en lo sucedido y lo olviden cuanto antes.

Erróneamente se sustituye su “vacío” con cosas, objetos u otras personas o lugares que llenen el hueco de alguna manera, del ser desaparecido.

Evitando el dolor lógico por la pérdida, no se cae en la cuenta de que también se evita que aprecien en toda su magnitud “lo perdido”, al desaparecer lo antes posible de su vida, su recuerdo y emoción.

Expresar los sentimientos

El niño siempre expresa sus sentimientos, aunque sea de forma no verbal...

Saben interpretar como nadie las señales que les ofrecen sus mayores y por tanto manifestarán sus sentimientos del mismo modo que lo hagan ellos.

Al inicio del duelo es muy posible que expresen rechazo a la situación. Esta negación a una realidad que no desea puede ser expresada de varias formas: con excesiva actividad, o por el contrario con una actitud de pasividad y ensimismamiento.

Si el niño/a vive rodeado de angustia, tristeza, depresión, rechazo a la vida, etc. de una u otra forma manifestará lo mismo.

Sin embargo si convive en un ambiente que, aun con tristeza, le ofrece cierta serenidad, seguridad y cariño, el niño/a lo vivirá y expresará de la misma manera.

Si comprenden que sus sentimientos desconciertan a los adultos, se volverán silenciosos y pueden llegar a adoptar actitudes agresivas –aislándose y rechazando a los demás- o tener dificultades en las relaciones personales y escolares. También pueden verse alterados el sueño (terrores nocturnos, enuresis), la alimentación o el carácter.

Los niños/as y jóvenes expresarán sus sentimientos que pueden oscilar desde un aumento en su actividad a mostrarse apático, huidizo, solitario e incluso agresivo.

Todas estas reacciones son muestras de su duelo. Como los adultos necesitan descargar su ansiedad y cada cual encontrará su propia fórmula.

No hay que olvidar que todos poseemos herramientas suficientes para luchar contra las dificultades de la vida. Los niños/as y jóvenes también tienen su propia manera de luchar contra la pena por la pérdida.

No es extraño que en ocasiones juegue a morirse, invente un hermanito o papá imaginario y pasen de preguntar repetitivamente a entrar en silencio o mutismo, pues ellos no tienen que adoptar ninguna postura ante la sociedad o los otros.

Llorar delante de los niños/as no les perjudica y además es beneficioso. El adulto estará permitiendo la posibilidad de ser consolado por el niño/a, algo sanador y de gran descarga emotiva para ambos.

Si los mayores exteriorizan su dolor ante niños/as pequeños, es conveniente explicarles que se debe a la añoranza por el ser querido y para tranquilizarles, recalcar que poco a poco se volverá la calma.

Resulta casi imposible ocultar del todo los sentimientos a los niños/as ya que suelen ser muy intuitivos y si algo va mal normalmente lo advierten.

Si los mayores no expresan delante del niño/a sus sentimientos, él aprenderá también a ocultar y reprimir los suyos.

Si los adultos evitan constantemente mostrar sus emociones estarán perdiendo la oportunidad de enseñar a los jóvenes o niños/as, una capacidad humana de la que no hay que avergonzarse, todo lo contrario.

Si muere el padre, la madre o un hijo y quedan otros hijos más, se produce un “duelo familiar” donde todos y cada uno de los miembros de la familia están pasando por su propio duelo.

Los niños/as también sienten la ausencia y la pérdida, y los adultos, sobre todo el padre y/o la madre tienen que contar con todos y cada uno de sus hijos durante este proceso. De esta manera todos podrán expresar sus sentimientos y aliviar la carga que cada uno tiene por separado.

Llorar juntos, y si puede ser unidos en un abrazo, es la terapia más efectiva y sanadora. Si no se produce nunca este ambiente, puede ocurrir que el niño/a se encuentre solo en su dolor, no sintiéndose ni consolado ni consolador.

El niño/a también se siente a veces culpable por la tristeza que ve en sus padres o en los otros hermanos, si además tienen que mantener ocultos sus sentimientos, se producirá un efecto de “vaivén” en los componentes de la familia. Todos, con ese disimulo del dolor que a cada uno le embarga, falseará la realidad del duelo tanto individual como familiar.

En definitiva, ocultar la realidad de la pérdida o reprimir los sentimientos que esta nos produce ante los niños/as, puede hacerles sentir gran confusión que más tarde podría desembocar en significativas secuelas.

Si como en otros ámbitos de la vida -estudios, deportes- el niño/a es ayudado por los mayores; cuando se enfrente a la muerte de un ser querido, necesitará como nunca de ese apoyo.

Dándoles información y ayuda para afrontar el hecho, por pequeños e indefensos que parezcan, serán capaces de encontrar la mejor forma para enfrentarse al duelo de forma sana y realista.

Realismo no quiere decir crueldad y de la misma manera que se contesta a preguntas como: ¿de dónde vienen los niños…cómo nacen… por qué la luna se hace pequeña o camina con nosotros? también se debe contestar a sus preguntas de acuerdo a su capacidad, y encontrar el equilibrio entre realidad y dureza, entre fantasía y mentira.

Reacciones emocionales y físicas durante el duelo infantil

Emocionales


Existen varias etapas durante el duelo que no tienen por qué sucederse ni en un orden determinado, ni darse todas ellas:
- Retraimiento
- Rechazo
- Tristeza
- Ansiedad
-Culpa
- Ira o Rabia
- Desorden del comportamiento o conducta
- Inestabilidad emocional
- Falta de atención y concentración
- Apatía
- Depresión
- Aceptación

Es difícil para los adultos sumidos en su propio duelo, saber en qué estado anímico se encuentran los niños/as a su cargo. Es importante averiguarlo acercándonos a ellos, hablando y sobre todo mostrando toda nuestra comprensión y paciencia.

En caso de no tener el suficiente ánimo para ello se debe buscar ayuda, bien de algún familiar con el que tengan confianza o acudir a un profesional especializado.

Es muy probable que el niño/a viva su duelo en soledad, por ello es necesario que tengan a alguien que pueda actuar como válvula de escape para poder soltar sus sentimientos. Es más seguro que así hagan un duelo de forma más sana y completa.

Las preguntas que se suelen plantear los niños/as tras la muerte de un ser querido, pueden ser:
¿He sido yo el/la culpable?...
¿Me va a pasar a mi lo mismo, o a mi mamá o a mi papá?...
¿Si me quedo solo/a… quién me cuidaría?

Es importantísimo que los adultos traten de aclarar cualquier duda y explicarle al niño/a todo lo sucedido en torno al fallecimiento, ya sea por enfermedad, accidente, etc.

Hay que puntualizar, incluso repetir una y otra vez, todo lo ocurrido, así podrá ir dándose cuenta de las diferencias entre él mismo y el fallecido, entre las causas que provocaron su muerte y la que el propio niño/a pueda fantasear.

Hay que estar alerta pues los niños/as pueden crear con su fantasía que pudo tener algo que ver con la muerte de su ser querido. Hay que indagar, de forma sutil, sobre el grado de responsabilidad que cree tener y ponerle en claro la realidad.

Algunos niños/as y jóvenes no muestran demasiadas reacciones inmediatas, aunque en algún momento hayan mostrado llanto o tristeza.

Si este comportamiento se prolonga tiempo podría ser necesario buscar consejo profesional para averiguar cual es realmente su estado de ánimo, puesto que pueden actuar ocultando su tristeza, bien por no querer ocasionar más dolor a sus mayores, o por creer que se pueden enfadar con ellos.

Es posible por tanto, que ante personas ajenas que ganen su confianza, expresen mejor y más libremente sus verdaderos sentimientos.

Al contrario del niño/a que desee “evadirse” de vivir la situación y siga su vida “como si tal cosa”, puede estar aquel a quien la pérdida le produzca tal grado de dolor, que el trauma del suceso le hace quedar como estancado o hasta retroceder a un nivel psíquico o mental menor al que tenía cuando se produjo el suceso.

Estos casos se suelen dar en niños/as “apartados” de la situación de duelo que se está viviendo en la familia y el pensamiento ilusorio del niño/a no es corregido.

Las personas a cargo del niño/a deben intentar no culpabilizarse por esta causa, ya que generalmente el niño/a oculta o falsea sus verdaderos sentimientos y sus cuidadores no han podido verlo con anterioridad.

Llegado a este punto, es imprescindible la intervención de un profesional.

Hay que considerar que aunque un niño/a tenga tristeza por la falta de, por ejemplo el padre o la madre o un hermano, también están preparados para no cargar con esos sentimientos tan dolorosos durante largos períodos de tiempo.

Durante el duelo y se podría decir que para siempre, los niños/as como los adultos, pueden recordar la pérdida y estar tristes en fechas o momentos especiales como cumpleaños, Navidades, vacaciones, aniversarios, etc.

El duelo brotará de forma recurrente, durando períodos más o menos largos e intensos. Habrá momentos en que querrá jugar, salir a la calle y estar con otros niños/as pero otros estar aislado/a y taciturno/a.

Si se observan con atención juegos y dibujos -en el que suelen manifestar de forma bastante reveladora su estado de ánimo- se puedan encontrar indicios del grado de su aflicción.

Llanto


Decir ¡no llores! puede hacerle daño pues necesita llorar. Esta es la primera reacción lógica ante la pena profunda que siente.

Es normal que el niño/a reaccione con llanto, y a mayor edad más llanto suele manifestar.

Podemos provocarles un gran perjuicio para su vida si equivocadamente les decimos “los niños son fuertes y no tienen que llorar”, o “tu papá (mamá o hermana/o) no quisiera verte llorar”.

Estaremos cerrando una válvula de suma importancia para descargar la presión interna que rompe el corazón, y una vez cerrada es muy difícil volver a abrirla.

Negación


El niño/a suele negar que la muerte haya ocurrido y hace parecer que no le afecta.

De este modo suele significar que la pérdida ha sido demasiado grande para él y que en su interior continúa deseando que la persona siga viva.

También puede reaccionar de forma muy negativa y hostil hacia su entorno y las personas que le rodean, incluso hacia el propio fallecido.

Rabia, ira


El niño/a se siente frente a la pérdida, extraño y fuera de la vida normal que ha llevado hasta ese momento. Esto suele producir diferentes emociones y una muy común es la ira.

Cuando un niño/a pierde a uno de sus padres suele encontrarse ante un hecho tan doloroso y tan fuera del alcance de su imaginación, es una realidad tan cruel, que se sienten muy furiosos por el hecho.

Durante los primeros días y semanas puede explosionar su rabia contra las personas más cercanas y puede mostrarse hasta violento tanto física como verbalmente.

A veces esta manera de expresarse queda solapada y su violencia interna también se descarga contra él mismo. En este caso suele aparecer pronto la culpa, que le hace pensar que por haberse comportado de tal o cual forma, él mismo fue el causante del fallecimiento de su familiar.

A veces se siente tan perdido y su sentimiento de soledad es tan grande que su ira se dirige hacia el propio fallecido por haberle dejado. En una palabra se siente abandonado.

Sentimiento de culpa


Pueden tener sentimientos de culpa al pensar que el fallecimiento ha sucedido por ser “malo” y tener mal comportamiento con el fallecido, quizás porque se enfadó alguna vez sintiendo rabia hacia él o deseó que le sucediera algo negativo.

Su culpabilidad puede agrandarse por no llegar a entender claramente cuales fueron las causas del fallecimiento, o por creer que las cosas podrían haber sido de otra manera si ellos mismos hubiesen actuado de otra forma. Por ejemplo si se ha sentido responsable de la persona fallecida, porque le cuidara o asumiera de algún modo que ese cuido le correspondía a él y sienta que ha fallado.

Esta pesadumbre puede hacerles sentir que ellos estarían mejor muertos también. Así se les puede llegar a oír decir cosas como: "Quiero marcharme para siempre". Este sería un buen momento para puntualizar e insistir todo lo que haga falta al decirle, que ni los pensamientos ni las palabras hacen que nadie enferme y mucho menos que muera. Si es un niño/a pequeño, quizás haya que repetírselo muchas veces.

La culpa también puede aparecer proyectada hacia el padre o la madre -por la muerte del otro- sobre todo si recuerdan que en algún momento anterior a la pérdida hubiera alguna discusión, se hicieran reproches sobre su comportamiento o amenazas de algún tipo.

Tras la tristeza por la pérdida puede preocuparse mucho por los demás y pretender inconscientemente suplantar el lugar del fallecido, culpabilizándose si no lo logra.

Realidad o fantasía


Durante cierto tiempo el niño/a puede albergar la esperanza de que la persona fallecida volverá, pero a veces esta situación de realidad-figuración le puede llevar a sumirse en tristeza y desconsuelo.

También suelen creer que la muerte puede evitarse a voluntad, por lo que nadie más que sea muy querido para él podrá morir.

Esto es porque no pueden entender lo inevitable de la muerte, y si debido al pensamiento infantil en el que todo el mundo gira a su alrededor, no pueden ser conscientes de que exista la posibilidad de su propia muerte, menos aún de que pueda sobrevenirle a los demás.

Cuando fallece alguien cercano, el niño/a desarrollará defensas como es usar su imaginación, que le ayudará a asimilar la realidad y a soportar el dolor y el sentimiento de indefensión que le produce lo sucedido.

Es muy común que afirmen que hablan con la persona fallecida, que le ve y juegan juntos, teniendo una viva sensación de que su presencia es real, lo que le puede hacer llevar a sumirse en “su mundo” de fantasía y reencuentro.

Miedo


El niño/a necesita la seguridad del afecto de sus seres queridos y sentir en lo más profundo que la relación de los que ahora están vivos no va a faltarles sino que continuarán junto a ellos.

La reacción de ansiedad o pánico ante el pensamiento de que alguien más de su familia muera, sobre todo el padre o la madre, puede hacerle caer en un gran desasosiego por creer que se puede quedar solo sin nadie que le cuide.

No es extraño que durante un tiempo el niño/a desee estar constantemente al lado de su progenitor, quiera dormir en su misma cama y si es pequeño aún, buscar refugio en algún muñeco o juguete que le dará la compañía y seguridad que necesita.

Durante cierto tiempo hay que evitar tener que dejarle al cuidado de otra persona para que su temor de abandono no se incremente ante esa situación.

Lo que más temor les proporciona es pensar que igual que han perdido a uno de los progenitores, pueda perder el otro

Se puede prevenir hablando y repitiendo una y otra vez para que se convenza que el hecho de que uno ha fallecido no implica que el otro también vaya a morir.

Es de gran importancia insistir una y otra vez que nadie tuvo la culpa del fallecimiento.

Es el caso del niño/a que tras el fallecimiento del familiar cercano por una enfermedad penosa, desarrolla un gran temor hacia médicos y medicinas pues oyeron lo mucho que sufrió el fallecido por el tratamiento recibido. Así aún ante un simple resfriado, sienten pánico que un médico se le acerque para atenderle o tomar medicinas.

Si el padre o madre del niño/a no descubre estos temores en el niño/a, o no les da importancia, podría empeorarse su ansiedad y convertirse en algo más grave, aumentando su pánico y haciéndole sentir además, que está desamparado por el progenitor que ahora debería cuidarle y del que sin embargo se siente distanciado o con falta de afecto.

El enfermo imaginario


En el caso de que vivieran muy cerca la situación de la pérdida, pueden llegar a sentir y manifestar durante más o menos tiempo, los mismos dolores, mareos, vómitos, etc. Sin embargo, tras exámenes médicos y pruebas clínicas no se encuentran ninguna anomalía.

Al identificarse con el padre/madre del mismo sexo y morir este, suelen temer también que ellos pueden morir en cualquier momento. De este modo suelen aplicarse para sí situaciones como enfermedades y afecciones que en el pasado tuvieran que ver con el fallecido.

Un niño/a que perdió a su madre producto de un ataque al corazón, manifiesta constantemente que le duele el pecho y que necesita de un médico, sin que se le haya detectado nada en los exámenes practicados.

Muchos clínicos creen que aquellos niños/as que han sufrido una pérdida son más proclives a sufrir accidentes que otros.

Depresión


Hay niños/as que tras la pérdida de uno de sus padres o de un hermano/a al que estuvieran muy unidos y que aun habiendo dejado pasar tiempo para su recuperación, siguen dando muestras de una gran tristeza.

Influirá mucho la manera en que se haya ido elaborando el duelo familiar. Es decir, cómo hayan ido procesando el duelo tanto el propio niño/a como los adultos que le cuidan y están a su lado.

Si la familia mantiene un duelo prolongado, de pesar y sufrimiento, de llantos y desesperación, el niño/a mantendrá la misma actitud de amargura y negatividad.

Por el contrario si la familia sostiene una actitud de dolor, si, pero no de sufrimiento destructivo, donde se permita el diálogo y expresar los sentimientos de cada uno por la pérdida, evitando la práctica de actos sombríos o las manifestaciones de desesperación, gritos, lloros desgarradores, etc, el niño/a llevará su duelo de la misma forma que sus cuidadores.

No se debe olvidar que con nuestra actitud se les está enseñando a los niños/as para su futuro, en la vida de adultos y el dolor puede ser un crisol donde construir valores humanos, afectivos y espirituales, muy positivos para la personalidad del niño/a y de cualquier ser humano. Sin embargo, el sufrimiento siempre es destructivo y solo favorecerá para provocar una personalidad taciturna y de amargura.

Así pues, los niños/as pueden tener un duelo profundo y prolongado y llegar al punto de manifestar deseos de morir para reunirse con su familiar.

Su fantasía y realidad se entremezclan, complicándose quizá con falta de información, lo que puede estar haciéndole creer que su ser amado va a volver, y si esto no ocurre, él mismo puede reunirse con él.

Esta grave situación puede ser a causa de que el niño/a esté anhelando realizar aquellas cosas que proyectaron juntos y quedaron pendientes de hacer, o tras la pérdida, su situación afectiva ha empeorado lo que le hace desear fuertemente volver a su vida anterior y al cariño que sentían juntos.

Ocurre también que el niño/a vive rodeado de otros niños/as, en su colegio, vecinos, familiares que tienen lo que él tenía antes y ahora no.

Contemplar cómo otros compañeros van con sus padres de la mano y disfrutan de actividades juntos, le puede producir celos, rabia y tristeza.

Los problemas que pueden presentarse en los niños/as y no llegan a ser resueltos pueden derivar en trastornos como: conducta antisocial, delincuencia, y en otro sentido más íntimo: autodestrucción y suicidio.

No obstante, la depresión que un niño/a puede llegar a tener por la ausencia de su ser querido, en cierta medida es un estado que se puede denominar de “lógico”.

Como en los adultos, las fases del duelo de los niños/as también pasan en muchas ocasiones, por esa parte de la temida depresión, que, siempre que sea tratada por un profesional y no llegue a ser una depresión profunda, es la antesala de la Aceptación de la nueva vida que, desde que falleció su ser querido se ha abierto en adelante y que de ningún modo se quiere aceptar.

Depresión disimulada


La depresión puede presentarse de modo que sea fácil detectarlo, pero también puede aparecer enmascarada por otros trastornos.

- Tristeza sin causa evidente.
- Dificultad de concentración.
- Apatía, falta de interés.
- Ansiedad.
- Intranquilidad, desasosiego.
- Irritabilidad y susceptibilidad excesiva.
- Cansancio, poca energía.
- Emotividad excesiva, pasando de la ira al llanto muy fácilmente.
- Mantener pensamientos en temas de muerte, más allá, etc.
- Problemas para conciliar el sueño de noche y de día somnolencia.
- Alimentación alterada. Poco apetito o alimentación compulsiva.
- Baja autoestima.

En la adolescencia y primera juventud, la depresión puede enmascararse con la conducta, ya que esta puede alterarse y mantener conductas antisociales agresivas y negativas, pero también de todo lo contrario, retraimiento y reclusión. Asimismo manifestar deseos de irse de casa, de sentirse incomprendido, de exteriorizar cierta violencia…

Si se advierte la presencia prolongada de alguno o varios de estos signos, que pueden indicar la presencia de una depresión o duelo sin resolver, es importante buscar la ayuda de un profesional.

Otras muestras de aflicción

Los niños se entristecen por el fallecimiento del ser querido, pero su naturaleza infantil -lo que se podría decir que es una defensa para el ser humano- les permite no mantener de forma continua en su ánimo el dolor que el hecho les produce. Así se les puede ver a veces muy contentos, incluso casi eufóricos, pero otras tristes e incluso depresivos.

Los adultos deberían tener cuidado con los sentimientos que estos cambios pueden producir en la familia, puesto que pueden llegar a creer que, salir a la calle a jugar con otros niños/as o a pasear con los amigos, desear ver la televisión, escuchar música, etc, son muestras de que los niños/as y jóvenes están “pasando” de todo y que no les afecta nada de lo ocurrido.

Por ejemplo en el caso de que el fallecido sea uno de los padres o un hermano/a, el progenitor sobreviviente, puede llegar a pensar que no está afectado por la pérdida, que no quería mucho al ser amado fallecido y en poco tiempo le ha olvidado, o que poco le importa el dolor que aún persiste en el resto de la familia que aún tras meses de la pérdida, se encuentra de luto.

¿¡Se puede medir el dolor!?... El que sienten los niños/as es tan intenso como el de los adultos, por tanto, en esos momentos en que se encuentran hundidos por la ausencia y la pérdida de su ser querido, que no “entienden” ni quieren aceptar en mucho tiempo, oscilan con otros momentos de actitud aparentemente normal. Este es un mecanismo de defensa que sucede también en los adultos, imprescindible para poder ir asimilando el gran dolor.

Problemas de conducta

Al igual que por sus muestras de hiperactividad, suele tener problema de conducta que le llevan a agravar su atención en los estudios, por lo que puede que tenga que repetir curso o necesitar clases de apoyo. Así el niño puede sentirse de algún modo oprimido y muy desorientado, ya que su vida le ha cambiado en poco tiempo de tal manera que no sabe bien cómo actuar, cómo pensar.

La readaptación a la vida tras la pérdida es a todos los niveles y como en los adultos es algo que le puede producir gran desasosiego y angustia. Esto puede llevarle a mantener cierto resquemor contra el fallecido, ya que puede sentirse injustamente tratado por lo que le está ocurriendo en su vida, por su ser querido ausente, al que culpa de toda esta situación.

Trastornos psíquicos en los niños

Un niño puede tener algún trastorno psíquico o emocional, cuando se observe que mantiene un comportamiento desconcertante o extraño.

Por ejemplo si mantiene una clara y persistente falta de comunicación con su entorno o rechaza el contacto físico con algunas o todas las personas cercanas.

Evita hablar, incluso deja de hacerlo.

Muestra una falta importante de actividad, con movimientos y tics o gestos repetitivos.

Se observan trastornos en las funciones intelectuales, cuando antes el niño aparecía como normal en su desarrollo cognitivo.

Es presa de alucinaciones o delirios (cree que le persiguen, que oye voces, etc.)

Deja de controlar esfínteres.

Es muy importante que un profesional intervenga en su tratamiento cuanto antes para evitar el deterioro que esta situación traumática por la que el niño esté pasando, se prolongue.

Suicidio en niños/as, adolescentes y jóvenes tras perder un ser querido


- Deseo de reunirse con la persona fallecida
- De autodestruirse para aplacar el sentimiento de culpa por creer que ha contribuido a su muerte.
- De vengarse de esa persona por haberse “ido” y dejarle abandonado.
- Sentir profundamente que la vida no vale la pena y no hay futuro sin la persona fallecida.
- Creer que es imposible volver a tener una relación amorosa con otra persona.

Ante una pérdida, tanto adultos como niños se encuentran con emociones inesperadas e impensables antes del suceso.

Si alguien se encuentra depresivo, las ideas suicidas suelen ser muy persistentes y en algunas personas difíciles de controlar.

No se debe olvidar que muchos intentos suicidas son de personas que han tenido la pérdida de alguien muy importante para ellos.

Cada vez se encuentran más casos en todo el mundo de niños con depresión que han llegado al suicidio.

Estos casos están aun poco estudiados y no se pueden determinar bien las causas.

Parece ser que durante la segunda infancia, pre-pubertad y la propia pubertad, existen fuertes cambios hormonales, emocionales y físicos que pueden causar grandes trastornos en niños y jóvenes.

No solo esta causa, sino que unida a otras únicas y muy íntimas, pueden hacer llevar a la grave y triste decisión.

Si la víctima del suceso es un niño o joven y ocurre tras la pérdida del padre, la madre, alguno o todos los hermanos e incluso la pareja -que aún a edades tempranas existen- los padres y demás familiares tendrán un “doble duelo” casi imposible de solucionar.

Seguramente que sean necesarios muchos años de ayuda y apoyo de profesionales, familiares y amigos para poder aceptar el golpe tan tremendo tras el anterior recibido.

Aceptación

Llegar a esa lejana “meta” será un trabajo difícil y arduo ¡pero no imposible!.

Necesitará la ayuda de todo su entorno, de todos sus mayores para que el niño, igual que el adulto, llegue a aceptar la muerte de un ser querido, sanando completamente su herido corazón ¡es posible¡.

Es completamente seguro que el ser querido continuará siempre, durante toda la vida, en la memoria y en el corazón del niño que, una vez adulto, podrá observar y constatar que la ayuda y el apoyo recibido por sus seres queridos, que, seguramente se encontraban en duelo como él, le ha hecho mirar la Vida y la muerte de otra forma, más inmensa, más intensa, real y cierta.

No solo habrá crecido físicamente, sino afectiva, psíquica, moral y espiritualmente.

Con ello habrá conseguido –él mismo junto con sus mayores- que la Vida sea vivida en plenitud y en el ahora y el presente.

Seguro que recordará sin dolor ya ni punzada de herida abierta, a ese ser querido que un día convivió con él días maravillosos.

Habrá convertido el dolor, el sufrimiento, en recuerdo dulce, amoroso, agradecido y orgulloso de haberse conocido, de haber estado juntos durante ese período de vida terrestre que será imborrable.

Reacciones físicas

Trastornos del sueño


  • Insomnio
  • Pesadillas nocturnas
  • Miedo a la oscuridad y a dormir solo/a
  • Enuresis nocturna

Trastornos de la alimentaón


  • Anorexia
  • Bulimia
  • Rechazo a alimentos
  • Alimentación compulsiva

Trastornos en la memoria


  • Falta de memoria
  • Olvidos constantes
  • Falta de concentración y atención y por tanto:
  • Miedo a asistir a clase

Hiperactividad


Cuando un niño/a se muestra excesivamente activo o agresivo, resulta difícil asociar esto con la pérdida de uno de los padres.

Los niños/as suelen responder de esta manera cuando el padre sobreviviente no demuestra cariño por el niño/a o cuando ambos se llevan mal.

Esta respuesta se da tanto en adultos como en niños y jóvenes, cuando se es incapaz de una adecuada respuesta de duelo.